Un día...
Andas por esos mundos como yo; no me digas
que no existes, existes, nos hemos de encontrar;
no nos conoceremos, disfrazados y torpes
por los caminos echaremos a andar.
No nos conoceremos, distantes uno de otro
sentirás mis suspiros y te oiré suspirar.
¿Dónde estará la boca, la boca que suspira?
Diremos, el camino volviendo a desandar.
Quizá nos encontremos frente a frente algún día,
quizá nuestros disfraces nos logremos quitar.
Y ahora me pregunto... cuando ocurra, si ocurre,
¿sabré yo de suspiros, sabrás tú suspirar?
Alfonsina Storni.
Dices:
«Iré a otra tierra, a otro mar,
otra ciudad mejor que ésta encontraré.
Todos mis esfuerzos son una condena y
casi muerto está mi corazón.
¿Hasta cuándo podré, aquí, languidecer?
Adonde vea, cualquier cosa que mire,
veo las negras ruinas de mi vida aquí
donde he gastado tantos años,
desperdiciados, destruídos totalmente»
No encontrarás otra tierra, otro mar.
La ciudad te perseguirá.
Caminarás las mismas calles, envejecerás en los mismos barrios,
en las mismas casas encanecerás.
Aquí terminarás, no esperes nada mejor.
No hay barco para ti, no hay camino.
Como has destruido aquí tu vida,
en esta angosta esquina de la tierra,
así la has destruido en todo el mundo.
Konstantinos Kavafis.
Cuando éramos jóvenes..
Cuando éramos jóvenes creíamos en milagros.
Cuando éramos jóvenes teníamos alas.
Sabíamos volar pero nunca lo hemos hecho
por el miedo de lo que los demás podían pensar.
Ahora que ya no nos importa nadie
porque conocemos la vida demasiado bien
y ahora que ya hace tiempo que las alas están rotas,
reconócelo, daríamos cualquier cosa por repararlas.
Cuando éramos jóvenes dentro de nosotros
se abrían los azahares, llovían estrellas y soplaban vientos. Dentro de nosotros había vida porque nuestras almas vivían.
Cuando éramos jóvenes teníamos fuerzas
y deseos de vivir.
Me pregunto quién nos los habrá quitado.
¿O es que los hemos perdido por el camino?..
Cuando éramos jóvenes teníamos miedo de la vejez.
Todavía recuerdo esa sensación de impotencia y desesperación
por las noches y de tranquilidad por las tardes cuando ya presentía su llegada.
Y entonces empezó la cuenta atrás.
Al principio eran años lo que yo contaba.
Tres años, dos, uno...
Luego eran meses. Cinco, cuatro, tres...
Después semanas. Más tarde eran días.
Hasta que una mañana me desperté
y sentí su presencia en el sillón de al lado.
Creí oír su voz ceceando: "Me estabas esperando,
¿verdad?"
Y entonces de repente me di cuenta
de que ya estaba dentro de mí.
Ya no había marcha atrás.
Alan Alexander Milne.