Monday, September 26, 2016

Hay que ser realmente idiota para..

Hace años que me doy cuenta y no me importa, pero nunca se me ocurrió escribirlo porque la idiotez me parece un tema muy desagradable, especialmente si es el idiota quien lo expone.
Puede que la palabra idiota sea demasiado rotunda, pero prefiero ponerla de entrada y calentita sobre el plato aunque los amigos la crean exagerada, en vez de emplear cualquier otra como tonto, lelo o retardado y que después los mismos amigos opinen que uno se ha quedado corto. En realidad no pasa nada grave pero ser idiota lo pone a uno completamente aparte, y aunque tiene sus cosas buenas es evidente que de a ratos hay como una nostalgia, un deseo de cruzar a la vereda de enfrente donde amigos y parientes están reunidos en una misma inteligencia y comprensión, y frotarse un poco contra ellos para sentir que no hay diferencia apreciable y que todo va benissimo. Lo triste es que todo va malissimo cuando uno es idiota, por ejemplo en el teatro, yo voy al teatro con mi mujer y algún amigo, hay un espectáculo de mimos checos o de bailarines tailandeses y es seguro que apenas empiece la función voy a encontrar que todo es una maravilla. Me divierto o me conmuevo enormemente, los diálogos o los gestos o las danzas me llegan como visiones sobrenaturales, aplaudo hasta romperme las manos y a veces me lloran los ojos o me río hasta el borde del pis, y en todo caso me alegro de vivir y de haber tenido la suerte de ir esa noche al teatro o al cine o a una exposición de cuadros, a cualquier sitio donde gentes extraordinarias están haciendo o mostrando cosas que jamás se habían imaginado antes, inventando un lugar de revelación y de encuentro, algo que lava de los momentos en que no ocurre nada más que lo que ocurre todo el tiempo.

Y así estoy deslumbrado y tan contento que cuando llega el intervalo me levanto entusiasmado y sigo aplaudiendo a los actores, y le digo a mi mujer que los mimos checos son una maravilla y que la escena en que el pescador echa el anzuelo y se ve avanzar un pez fosforecente a media altura es absolutamente inaudita. Mi mujer también se ha divertido y ha aplaudido, pero de pronto me doy cuenta (ese instante tiene algo de herida, de agujero ronco y húmedo) que su diversión y sus aplausos no han sido como los míos, y además casi siempre hay con nosotros algún amigo que también se ha divertido y ha aplaudido pero nunca como yo, y también me doy cuenta de que está diciendo con suma sensatez e inteligencia que el espectáculo es bonito y que los actores no son malos, pero que desde luego no hay gran originalidad en las ideas, sin contar que los colores de los trajes son mediocres y la puesta en escena bastante adocenada y cosas y cosas. Cuando mi mujer o mi amigo dicen eso --lo dicen amablemente, sin ninguna agresividad-- yo comprendo que soy idiota, pero lo malo es que uno se ha olvidado cada vez que lo maravilla algo que pasa, de modo que la caída repentina en la idiotez le llega como al corcho que se ha pasado años en el sótano acompañando al vino de la botella y de golpe plop y un tirón y no es mas que corcho. Me gustaría defender a los mimos checos o a los bailarines tailandeses, porque me han parecido admirables y he sido tan feliz con ellos que las palabras inteligentes y sensatas de mis amigos o de mi mujer me duelen como por debajo de las uñas, y eso que comprendo perfectamente cuánta razón tienen y cómo el espectáculo no ha de ser tan bueno como a mí me parecía (pero en realidad a mí no me parecía que fuese bueno ni malo ni nada, sencillamente estaba transportado por lo que ocurría como idiota que soy, y me bastaba para salirme y andar por ahí donde me gusta andar cada vez que puedo, y puedo tan poco). Y jamás se me ocurriría discutir con mi mujer o con mis amigos porque sé que tienen razón y que en realidad han hecho muy bien en no dejarse ganar por el entusiasmo, puesto que los placeres de la inteligencia y la sensibilidad deben nacer de un juicio ponderado y sobre todo de una actitud comparativa, basarse como dijo Epicteto en lo que ya se conoce para juzgar lo que se acaba de conocer, pues eso y no otra cosa es la cultura y la sofrosine. De ninguna manera pretendo discutir con ellos y a lo sumo me limito a alejarme unos metros para no escuchar el resto de las comparaciones y los juicios, mientras trato de retener todavía las últimas imágenes del pez fosforecente que flotaba en mitad del escenario, aunque ahora mi recuerdo se ve inevitablemente modificado por las críticas inteligentísimas que acabo de escuchar y no me queda más remedio que admitir la mediocridad de lo que he visto y que sólo me ha entusiasmado porque acepto cualquier cosa que tenga colores y formas un poco diferentes. Recaigo en la conciencia de que soy idiota, de que cualquier cosa basta para alegrarme de la cuadriculada vida, y entonces el recuerdo de lo que he amado y gozado esa noche se enturbia y se vuelve cómplice, la obra de otros idiotas que han estado pescando o bailando mal, con trajes y coreografías mediocres, y casi es un consuelo pero un consuelo siniestro el que seamos tantos los idiotas que esa noche se han dado cita en esa sala para bailar y pescar y aplaudir. Lo peor es que a los dos días abro el diario y leo la crítica del espectáculo, y la crítica coincide casi siempre y hasta con las mismas palabras con o que tan sensata e inteligentemente han visto y dicho mi mujer o mis amigos. Ahora estoy seguro de que no ser idiota es una de las cosas más importantes para la vida de un hombre, hasta que poco a poco me vaya olvidando, porque lo peor es que al final me olvido, por ejemplo acabo de ver un pato que nadaba en uno de los lagos del Bois de Boulogne, y era de una hermosura tan maravillosa que no pude menos que ponerme en cuclillas junto al lago y quedarme no sé cuánto tiempo mirando su hermosura, la alegría petulante de sus ojos, esa doble línea delicada que corta su pecho en el agua del lago y que se va abriendo hasta perderse en la distancia. Mi entusiasmo no nace solamente del pato, es algo que el pato cuaja de golpe, porque a veces puede ser una hoja seca que se balancea en el borde de un banco, o una grúa anaranjada, enormísima y delicada contra el cielo azul de la tarde, o el olor de un vagón de tren cuando uno entra y se tiene un billete para un viaje de tantas horas y todo va a ir sucediendo prodigiosamente, el sándwich de jamón, los botones para encender o apagar la luz (una blanca y otra violeta), la ventilación regulable, todo eso me parece tan hermoso y casi tan imposible que tenerlo ahí a mi alcance me llena de una especie de sauce interior, de una verde lluvia de delicia que no debería terminar más. Pero muchos me han dicho que mi entusiasmo es una prueba de inmadurez (quieren decir que soy idiota, pero eligen las palabras) y que no es posible entusiasmarse así por una tela de araña que brilla al sol, puesto que si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear? A mí eso me sorprende un poco, porque en realidad el entusiasmo no es una cosa que se gaste cuando uno es realmente idiota, se gasta cuando uno es inteligente y tiene sentido de los valores y de la historicidad de las cosas, y por eso aunque yo corra de un lado a otro del Bois de Boulogne para ver mejor el pato, eso no me impedirá esa misma noche dar enormes saltos de entusiasmo si me gusta como canta Fischer Dieskau. Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua. La idiotez debe ser una especie de presencia y recomienzo constante: ahora me gusta esta piedrita amarilla, ahora me gusta "L'année dernière à Marienbad", ahora me gustas tú, ratita, ahora me gusta esa increíble locomotora bufando en la Gare de Lyon, ahora me gusta ese cartel arrancado y sucio. Ahora me gusta, me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarrillo con manos torpes, mirando al suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que vivir, claro que hasta otro pato u otro cartel, y así siempre.

Julio Cortázar.

Tuesday, September 06, 2016

Ella dijo...


Vamos a ver, vamos a ver, vamos a pasar todo de vuelta para no caer en contradicciones ni en engaños ni nada de eso. Vamos por parte, arrancando desde el comienzo, desde el principio. Ella estaba parada en la esquina. Muy bien. Ella estaba parada en la esquina y yo le dije "Hola, qué tal"... ¿Así le dije yo? O "Hola" nada más. No, yo le dije "Hola qué tal", de eso me acuerdo seguro. "Hola, qué tal". Ella me había visto y... pero... No... Vamos a la verdad de la cosa ¿Ella me había visto? ¿En realidad ella me había visto venir por Urquiza? Porque no se sorprendió, me dijo "Hola" como si ya me hubiera visto venir. O tal vez no, no me vio y lo que pasa es que es poco demostrativa y no se sorprende tan fácilmente. O miraba para mi lado pero en realidad estaba mirando a ver si venía o no venía el ómnibus, como tantas veces que uno mira a lo lejos y no ve lo que está más cerca.

Es muy probable, muy pero muy probable que ella no me haya visto venir. Entonces yo me acerco, la encaro porque la verdad de la milanesa es que yo la encaré bien encarada, como se debe hacer yo la encaré y le dije "Hola qué tal". Hasta ahí va bien. Muy bien vamos hasta ahí. Después... pero... No. No nos vamos a engañar, digamos las cosas descarnadamente. Lo único que me falta es que me haga el verso a mí mismo, seamos sinceros... ¡La mina no podía dejar de verme, querido! Ella me vio, bien que me vio cuando yo venía, pero se hizo la boluda, bien la boluda que se hizo, para ver si, en una de ésas yo pasaba de largo, sin darle bola ni pararme a hablarle ni nada de eso.

Ésa es la cosa, aunque duela, ésa es la cosa, mi viejo ¿Para qué nos vamos a engañar? ¿Para qué nos vamos a decir una cosa por otra? Se hizo la boluda porque mirando para el lado donde estaba mirando tenía que ser ciega para no verme ¡Si yo venía de frente! ¡De frente a ella venía! Aunque... tal vez tal vez sea una de esas minas, de esas personas, bah, que parecen que están mirando algo pero están en Babia, en pelotas están, miran sin ver, están perdidas en sus mundos personales, son gente con una intensa vida interior. Y me parece que esta mina es de esa clase de gente. Se la ve sensible, sensitiva, etérea, qué sé yo... Carismática. Por ahí no me reconoció al venir.

Digamos, no estaba acostumbrada a verme ahí, por esa calle. Hay que considerar que me ve siempre en el club y hay que dejar en claro que yo me desvié bien desviado de mi recorrido habitual solo para encontrarla. Eso hay que considerar. Yo fui allí con la peor de mis intenciones, viejo lobo en celo en época de cacería Después de todo, cuando yo le dije "Hola qué tal".... ¿Yo le dije ''Hola qué tal" o ''Hola cómo te va"? "Hola qué tal" le dije yo, ''Hola qué tal" ¡Puta qué boludo! ¡Debería haber grabado la conversación! Cuando yo le dije eso, ella me miro un instante, un solo instante como si no me reconociera, ésa fue la impresión que tuve. O por ahí no me escuchó muy bien ¿Será sorda? Me cago. Primero chicata que mira sin ver y después sorda. O se hacía la boluda, digamos la verdad. Se hacía la boluda como para disimular el no haberme saludado antes. Más bien se tiró el lance de que yo pasara por al lado y no le dirigiera la palabra O, por ahí, es distraída, ahí está el punto.

Distraída como son estas minas así, tan lindas. Están en otra cosa, en otro mundo, en otro nivel ¡Y qué linda estaba ayer! Hermosa, así, con el pelo recogido. No sé si no le queda mejor la cola de caballo que el pelo recogido, mirá lo que te digo. Y ese look bien de nena, con el jogging de gimnasia, la pollera tableada y las medias tres cuartos. Por suerte no estaba con esa musculosa violeta ajustada que le vi en el verano porque si estaba con esa violeta nomás me caigo muerto al piso, no me sale una palabra de la boca. En donde me paro frente a ella ahí nomás se me cortan todas las cuerdas vocales de un solo saque y no me sale una palabra ni que me cague.

Si estaba con la musculosa violeta yo iba a empezar a gesticular y en vez de darme bola me iba a dar una moneda de limosna esta mina. Por otra parte, si hubiera estado con la musculosa violeta se hubiera recagado bien de frío la pobrecita porque el tornillo que había ayer a la tarde era considerable, te cuento. Pero lo cierto, lo cierto de todo, lo .. ¿cómo diríamos? lo pragmatico, es que me contestó "Hola". Bien, así nomás, contestó “Hola”. Yo le dije "Hola qué tal” y la mina contestó "Hola". Ni una cosa terrible tipo ''Hola mi cielo, mi amor, cómo estás!", pero tampoco me mandó a la puta madre que me reparió ni esas cosas. O hubiera podido quedarse callada también, después de todo ¿Por qué no? Si en el club nunca nos habíamos hablado antes. Nos veíamos, sí, yo la miraba todo el tiempo y eso, pero hablar lo que se dice hablar, hablar, nada. Ni un cabeceo siquiera, yo soy tan pelotudo que no me animaba. Hay que ser boludo. Pero ahora se acabó, ahora es otra cosa.

Ahora Miguelito ha tomado otra actitud y va a los bifes. Encara, apura, exige. Lo pensé y lo hice. "Hola qué tal" dije. Y ella contesó "Hola". Ni bien ni mal, no exageremos tampoco. Ni es una respuesta para enloquecerse ni tampoco para tirarse debajo de un tren por fría y desinteresada, no. "¿Estás esperando el ómnibus?" le pregunté entonces. No... no... eso fue después. Lo del ómnibus fue después de eso. Yo le pregunté primero "¿Qué hacés?". Eso mismo. Yo le pregunté "¿Qué haces?". Una formalidad, digamos, pero que demuestra cierto interés de uno por la actividad de ella, digamos, como que su actividad no te resbala, no te pasa desapercibida. Tal vez debería haberle preguntado algo más inteligente, más Profundo ¡Soy un pelotudo! Días, meses, años preparando el encuentro y no haber pensado en otra pregunta más interesante. Algo referido al cine de Kurosawa, por ejemplo, o al teatro, algo que diera pie para una conversación más comprometida. Pero... mejor no.

Mejor no apresurar tanto las cosas. Estuve bien. Estuve bien. Paso a paso, despacito. Nada de atropellarla. No es mi estilo por otra parte. "¿Qué hacés?" Incluso corto, seco, tajante, a lo Mickey Rourke. Nada de "¿Qué hacés?" María, o Isabel, o como se llame. "Peti" creo que le dicen y no le voy a decir Peti a la primera de cambio. "¿Qué hacés?". Cortito, exacto, económico digamos... ¿Qué dijo ella entonces? "Bien", dijo. "Bien", créase o no. Ella contestó "Bien". Pienso que confundió las preguntas, creyó que yo le había preguntado "¿Cómo estás?", otra gilada, otra formalidad.
Pero es posible, digamos, es seguro que ella creyó eso. No me trago la teoría de que sea sorda. Más bien me confirma lo de su distracción. La cosa es que contestó "Bien". Cortita también. Como quien no quiere descubrir sus emociones. Como quien no quiere mostrar todas las cartas cuando alguien la apura como la apure yo, bien apurada... También podía estar hinchada las pelotas, seamos sinceros. Y si hay que ser crueles seamos crueles. Por ahí me vio y se la imaginó. Se dijo, "Este pendejo pelotudo me va a venir a atracar, ya me lo veo".

Porque esas minas tan pero tan lindas ya tienen toda una cultura, una prevención con respecto al atraque. ¡Si todos se las quieren levantar! ¡Es un infierno! Ven bajo el barro estas pendejas. Y eso que yo fui sin mostrar mis intenciones. Bien manso que fui. Si ella se hacía la estrecha o la difícil bien que yo podía decirle "¿Pero vos te pensás que lo que yo intento es atracarte? ¿Quién te crees que sos, Kim Basinger te creés que sos?" le hubiera podido decir. Pero la verdad de la milanesa, la realidad pura, señor mío, mal que le pese a todos los que andan detrás de ella, es que la mina no me sentó de culo ni me rebotó. Me dijo "Bien", equivocada o no, y me dio pie para seguir con la conversación, ésa es la cosa. Si me hubiera dicho "¿Y a vos qué mierda te importa?" hubiese sido otra cosa y, ahí sí, admito que el intento se podría haber considerado un fracaso. Pero no fue para nada así.

Por eso digo que el asunto fue un gran adelanto, mi querido ¡Miguelito viejo, nomás! Un gran adelanto. De no poder ni saludarla en el club, por el cagazo o por las circunstancias, a poder ahora hablar con ella cuando se me cante y volver a encararla en el club, hay un gran paso ¿Es un adelanto o no es un adelanto? Tal vez ella, sí... un poco... no nos vayamos de boca... un poco fría, friona. Fría por demás, acordemos. Porque... bien podría haber sonreído un poco. No digo mucho, un poco. Algo, como de compromiso. Aunque yo la he visto bastante seriota en el club. Por ahí es su manera de ser. Por ahí tiene algún quilombo grande en su vida. Por ahí tiene el viejo enfermo o... Pero... Después de que ella dijo “Bien" ¿qué vino? Ah... yo le pregunté si estaba esperando el ómnibus. Le pregunté sí... Seriota... ¡Hay que ser hijo de puta pera disfrazar las cosas! Seriota... ¡Cómo si no la hubiera visto cagarse de risa con el rubio pelotudo ése, en el club! Seria conmigo, en todo caso. Con el rubio bien que se cagaba de risa. Aunque tampoco hubiera sido muy lógico que se cagara de risa con lo que le preguntaba yo. Si venía el ómnibus o qué estaba haciendo.

Un tipo casi desconocido como yo, para colmo. Tendría que ser una tarada total, una imbécil, una mogólica. Vamos a tratar de ser sinceros y autocríticos hasta el dolor si es necesario, pero tampoco es la cosa tirarse mierda... ¿De qué se iba reír la pobre mina con las boludeces que yo le preguntaba? ¿Cómo fue que le dije? ¿Estás esperando el ómnibus? Así le dije. Y ella me contesta "Sí". Es notorio que seguía atenta la conversación. Miento. Dijo "Sí, el 112". Se ve que quería darme una satisfacción, informarme un poco más. O darme un dato de para donde rumbeaba. No, eso es una boludez, porque después me dijo por donde vivía ¡Ahí tenés otro punto muy positivo! Muy seca, muy calladita, pero se dio maña para decirme por donde vivía “Si el 112”. Será muy distraída pero sabía el ómnibus que tenía que tomar. “¿Vivís lejos? Le dije. “Mendoza al 3000" contesta. No, primero dudó... “Sí... No” se contradijo. “Sí... No... Mendoza al 3000”. Entonces... ¿Qué pasó después? Ah... se hizo el silencio, ¡Se hizo el silencio! Una brecha, un buco ¡Qué pelotudo! Me quedé sin nada que decir, qué imbécil.

Cuando me acuerdo me hago mierda ¿Cómo se puede ser tan pelotudo? Porque fue un silencio incomodísimo, estúpido... ¿CÓmo llamarlo?... Precario... Porque no fue que los dos nos quedamos en silencio tratando de disfrutar la belleza del momento, no. El silencio se alargaba, se alargaba y a mí no se me ocurría nada para decir. Por suerte ahí no sucumbí a la tentación de decirle "Bueno, chau" y pirarme con la cola entre las piernas, escapando de ese tormento. En eso estuve bien, tuve la templanza de superar ese impulso. Me sobrepuse, enfrié la cabeza y le metí para adelante. "Ah... lejos" le dije. Ya sé, ya sé, una boludez insigne.

Pero un recurso más que apropiado para salir del paso. Tanto que ella, y como para evitar caer en otro pozo, tal vez para alentarme, enseguida dijo "¡Qué frío hace!"... ¡Y ése era el momento! ¡Ése era el momento, Dios mío! ¿Cómo pude haberlo dejado pasar? ¡Ese era el momento para decirle "¿Querés ir a tomar un café?" ¡Ese era el momento exacto! Ella tenía frío, estaba oscureciendo y me daba el pie, para colmo; yo tenía que aprovecharlo invitándola a tomar un café, ahí estaba el tiro, mi querido. Y... ¿por qué no lo hice? ¿Por qué? Un poco por cagazo, es cierto. Una pregunta de ésas es ya desnudarse completamente, dejar al descubierto los más bajos instintos, pero otro poco porque no se podía, no era posible.

Yo estuve bien, pese a todo lo que quiera torturarme, estuve bien. La mina estaba esperando el ómnibus, tenía que volver a la casa, la estaban esperando los viejos, creo que hasta tiene el viejo enfermo y no tenía tiempo para ir a tomar un café. Eso era. Por eso no lo hice. El ómnibus podía aparecer en cualquier momento, por otra parte. Es cierto que yo no lo veía, pero lo intuía, lo olfateaba en el aire. Los omnibuses aparecen de improviso, andan a lo loco, y yo no iba a andar invitándola a un café cuando la piba estaba esperándolo. Y eso que tenía guita para invitarla y todo, te cuento. Pero no me pareció prudente.

Es una cosa de respeto hacia la otra persona, hacia el
ser querido. No me pareció que... ¡Mentira! ¡Soy un pelotudo, un pelotudo atómico! ¡Tenía que invitarla a tomar un café! Dejar sentado un precedente. Aun sabiendo que ella no iba a aceptar porque estaba muy apurada. Y todavía mejor si no aceptaba porque no era mucha la guita que yo tenía, aun yendo preparado. Clavar una pica en Flandes era la cosa, ¿era Flan-des? Hacerle saber bien claramente que el mío es un interés sincero, que yo no vengo con buenas intenciones, que conmigo no cuente como amigo, que a mí no me venga con confidencias de otros noviazgos.

No. Tenía que invitarla. Admitámoslo, fui un pelotudo. Y en eso, para colmo, viene el ómnibus. Yo creo que ahí se empezó a desbarrancar el tema. Ella dijo "Allí viene", siempre mirando lejos, siempre los brazos cruzados sobre el pecho, apretando los libros de inglés. "Allí viene". "¿Quién?" dije yo, siempre boludo ¡Temí que fuera un novio, el rubio, por ejemplo! Te juro que me corrió un escalofrío por la columna, aparte del frío helado que hacía anoche. "El ómnibus" dijo ella. Entonces yo le pregunto, le digo... ¿cómo le dije?... "¿Vas a andar por el club?" ya cuando se subía al ómnibus. Porque... ¡qué rápido que llegó ese hijo de puta hasta la esquina!

Después dicen que el servicio urbano es malo. Ella dijo que venía el ómnibus y dos segundos después el ómnibus ya estaba en la esquina. Después quieren que no haya accidentes corriendo estos hijos de puta como corren. ''Sí... No... No sé..." otra vez sus clásicas indecisiones. Ya me tiene podrido con esa indefinición. No sé si es tan inteligente como parece. "Sí... No... No sé..." me dice, subiéndose... "En una de ésas"... Al menos me tiró una esperanza, me dejó abierta una puertita, hasta creo que se sonrió al despedirse... ¿Qué le dije yo, en ese momento? "Nos vemos, entonces" le dije. Una cosa optimista, arriba, un canto a la vida, a la esperanza. Y dando por cerrado el diálogo, sin darle tiempo a agregar nada.

Quedándome con la última palabra. Hay que hacer así. A estas minas es como a Maradona, no hay que darles tiempo a pensar. Si lo dejás dar vuelta te pinta la cara, te disfraza el Diego. Con estas minas es lo mismo. "Nos vemos, entonces", en afirmativa, poniendo yo las condiciones, seguro de mí mismo ¡Vamos Miguelito! Bien, bien, muy bien lo mío. Bien yo, bien yo, muy bien yo. Porque ahora, el sábado, puedo ir al club y encararla directamente, preguntarle algo de nuestro pasado en común. "¿Qué tal el viaje?" por ejemplo. Ahí está. "¿Qué tal el viaje?". ¿Y si está con el rubio? ¡Mejor, querido, mejor aun! Total, yo no la ofendo ni le digo a ella nada grave. Me acerco y le digo ''Hola Peti ¿qué tal el viaje el otro día?" Y el rubio que se muerda los codos. Porque yo, con esa frase, con esa pregunta, estoy dando por sentado un episodio en común, un hecho compartido, en el cual él ha quedado completamente out, afuera, de lado, a la mierda, mirá lo que te digo. Ya está. Muy bien, muy bien... muy bien yo. . Es así... Así son las cosas... ¡Qué querés que te diga! Seamos realistas...

Miguel, seamos realistas.. No me dio ni cinco de pelota. Me contesto así, al voleo, por educación. Porque es una mina educada y no me quiso escupir en la cara. No me quiso cortar el rostro. Pero no me dio ni cinco de pelota. Ni se alegró de verme ni le causó ningún placer conversar conmigo, vamos a la verdad pura de la milanesa. Mejor que dejemos el asunto de lado, de una buena vez por todas y nos dejemos de joder. Caso cerrado. Derrota total. A otra cosa. Basta con la Peti. Se acabó. Nuestra relación ha terminado. A la lona... Pensemos mejor en la Valeria que estará fulera pero me da bola. Bah, pienso que si la encaro me dará bola.

Al menos me busca, me habla, me mira cuanto más no sea. No será tan linda como la otra, pero ahí se vislumbra una posibilidad al menos. Vamos adelante con la Valeria. Chau. Listo el pollo. A ver, a otro tema... ¿Cómo forma Central el domingo? En el arco, el Oso. Muy bien, perfecto... ¿Quién va de cuatro? Di Leo, el Camello Di Leo. Me gusta... De dos... Pero ella se sonrió al subir al ómnibus. O yo soy muy boludo o juraría que ella se sonrió al subir al ómnibus. Como un rictus, como un algo pero ella se sonrió. Además, me tiró el dato de por donde vivía. Ella dijo... ¿cómo fue que ella dijo? Ella dijo... 

Roberto Fontanarrosa.