Tuesday, January 21, 2020

Diálogo.

— Tom —dijo Douglas—, prométeme algo, ¿sí?
— Prometido, ¿qué es?
— Eres mi hermano y te odio a veces, pero no te separes de mí, ¿eh?
— ¿Me dejarás entonces que ande contigo y los mayores?
— Bueno... aún eso. Quiero decirte que no desaparezcas, ¿eh? No dejes que te atropelle un coche y no te caigas en algún precipicio.
— ¡Claro que no! ¿Por quién me tomas?
— Y si ocurre lo peor, y los dos llegamos a ser realmente viejos, de cuarenta o cuarenta y cinco años, podemos comprar una mina de oro en el Oeste, y quedarnos allí, y fumar y tener barba.
— ¡Tener barba, Dios!
— Como te digo. No te separes y que no te pase nada.
— Confía en mí.
— No me preocupas tú —dijo Douglas—, sino el modo como Dios gobierna el mundo.
Tom pensó un momento.
— Bueno, Doug -dijo-, hace lo que puede.

Ray Bradbury, "El vino del estío", Cap. XXIV.