"Algunas de mis canciones preferidas: Only Love Can Break Your Heart, de Neil Young; Last Night I Dreamed That Somebody Loved Me, de los Smiths; Call Me, de Aretha Franklin; I Don’t Wan’t to Talk About It, de quien sea. Y luego, Love Hurts, When Love Breaks Downs y How Can You Med a Broken Heart, y también The Speed of Sound of Loneliness y She’s Gone, y I Just Don’t Know What to Do with Myself, y qué se yo. Hay canciones de éstas que he escuchado por término medio al menos una vez por semana (trescientas veces el primer mes, y después de vez en cuando) desde que tenía dieciséis, diecinueve o veintiún años. ¿Cómo no va a dejarte eso magullado por algún sitio? ¿Cómo no te va a convertir eso en una persona fácilmente rompible en mil trocitos, cuando tu primer amor se va al garete? ¿Qué fue primero: la música o la tristeza? ¿Me dio por escuchar música porque estaba triste? ¿O es que estaba triste porque escuchaba música? ¿No te convierten todos esos discos en una persona de tendencia melancólica?.
Hay quien se
preocupa, y mucho, de que los niños pequeños jueguen con armas de fuego, de que
los adolescentes vean vídeos en los que la violencia es moneda corriente; nos
da miedo que esa especie de cultura de la violencia termine por tragárselos
como si tal cosa. A nadie le preocupa en cambio que los niños escuchen miles,
literalmente miles de canciones que tratan siempre de corazones destrozados, de
rechazos y abandonos, de dolor, tristeza, pérdida. Las personas más
desgraciadas que yo he conocido, romáticamente hablando, son las que tienen un
desarrollado gusto por la música pop. Y no sé si la música pop es la causante
de esta infelicidad, pero sí tengo muy claro que han escuchado esas canciones
infelices desde hace más tiempo del que llevan viviendo una vida más o menos
infeliz. Así de claro." *
* “Alta Fidelidad”. NIck Hornby.
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