" Lo malo es que ya había vivido solo durante demasiado tiempo. Porque seguiría necesitando mis horas secretas en el baño, y no tenía desde luego la menor intención de permitir que Rachel me viera retorciéndome por su sucio piso de linóleo. ¿Cómo explicarle mis baños de doscientos minutos, mis cagadas maratonianas? Pero... ¡si algunas de mis tardes más pacíficas habían transcurrido con el culo hundido en la taza, derramando lágrimas que a veces goteaban en mis rodillas! (Sólo allí me sentía poseído por una visión verdaderamente radical de la vida; sólo allí llegaba a sentir, en el fondo de mí corazón, que, en cierto modo, todos somos culpables.) Si Rachel se instalaba en mí casa, ya no podría irme a dormir apoyado en una almohada de Kleenex, ni escupir en la tasa de café que para ese propósito solía dejar en la mesilla de noche, ni pasarme la noche tosiendo, o aplaudir con mí irritada garganta la silenciosa llegada del amanecer. Ah, esas largas tiradas de lectura que a veces se prolongan catorce horas, ese delirio vegetal, la droga del agotamiento, el reposo de la soledad. "
El libro de Rachel, Martin Amis, 1973.
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